Soñé que estaba en un curso, en centro cívico, debajo de unos árboles, el curso lo daba Oscar Hugo, un profesor de historia que tuve en la secundaria. Estábamos sentados en mesabancos alineados, en la plaza de los tres poderes, desde el centro hasta donde está el zacate junto a Poder Ejecutivo.
No recuerdo de que era, solo recuerdo que todos teníamos que levantar la mano, y dar nuestra opinión. Se terminó, y llegó el momento de salir, teníamos que ir en filas, caminando como militares por las calles. O nos disparaban los policías. Yo iba tarde para ver a Clarisa, era su entrega de reconocimiento, y tenia que llegar.
No le hice caso a los maestros, y me fui corriendo por un lado. De ahí muchos otros corrieron. Nos iban a balacear, pero corrimos, nos escondimos, y luego nos perdimos.
Los demás siguieron sus órdenes marchando como militares, obedeciendo como robots sin alma. Cómo una aplicación de voz de un celular que le das una orden y la ejecutan al instante.
Llegué a mi casa, me bañé y me cambié. Agarré mi mochila y nos fuimos en mi carro. Mi hermano iba a manejar. Íbamos a toda velocidad. Atravesamos la ciudad, llegamos a un canal. Y a lo lejos se veían todos los carros estacionandose. Le dije a mi hermano que se estacionara lejos, para poder salir cuando acabará sin batallar.
Su entrega de reconocimiento sería en una iglesia. La iglesia estaba adentro de una parcela rodeada de alambre de púas.
Al parecer había habido una guerra en este país. O algo muy grave había pasado. Las nubes eran grises, y había muy poca vegetación.
Nos habíamos ido en carros separados. Yo iba con mi familia, y ella con la suya. Haya nos encontraríamos.
Nosotros entramos por la puerta de atrás, y alcanzamos lugar hasta el 4to piso. En el centro estaba el podium, solo tenías que asomarte, y veías hasta abajo cuando caminaban a recibir sus diplomas. Y a un lado todos los alumnos agrupados en mesas.
Yo buscaba a Clarisa con mi mirada desde arriba; iban pasando sus compañeros a recibir su reconocimiento uno a uno. Y entonces la vi a ella. Se veía tan bonita, de blanco, con su bata de dentista, veía su cabello, y sus zapatillas doradas, y veía sus piernas. No se porque en ese momento, un rayo de luz solar llegó, e iluminó nada más a ella, como reflector de un concierto; es como si el sol se pusiera de acuerdo con ese momento tan especial.
Mi mamá me dijo: Francisco, deja ya esa mochila, porque no te pones tu cámara en el hombro. Tan guapo que te miras.
Agarre mi cámara, tiré mi mochila. Y bajé las escaleras corriendo, choqué con una señora y le dije disculpe. Seguí caminando a toda prisa, ya no podía correr entre tanta gente. Tenía que llegar.
Y llegué justo cuando iba recibirlo, y le tome fotos en la mesa del presídium. Se veía tan hermosa. Me le acerqué. Le di un beso.
Desperté.
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